Con mucho retraso -se estrenó en 2007- llega esta película anglo-norteamericana, emocionante y llena de interés histórico, que cuenta el largo combate del parlamentario William Wilverforce (1759-1833) para abolir la esclavitud en el Imperio Británico.
Wilberforce, amigo desde sus comunes estudios en Cambridge del jovencísimo primer ministro William Pitt (ocupó el cargo con 24 años), es un hombre de honda religiosidad, que se plantea abandonar la política para consagrarse a la vida espiritual como cristiano evangélico. Cuando se le presenta el reto de luchar contra la esclavitud comprenderá que Dios le quiere en un mundo cruel y despiadado para reformarlo y hacerlo mejor.
El guión original de Steven Knight tiene muchos aspectos destacables, pero hay uno que llama especialmente la atención: todos los personajes resultan muy naturales y tienen gran fuerza, sin que se traicione su idiosincrasia con anacronismos facilones. Y es que el autor del libreto de Promesas del este ha sabido leer a la perfección la vida de Willberforce, asomándose a su conciencia, a su trato con Dios, sin caer en la tentación del efectismo sensiblero ni de la hagiografía bobalicona.
Lo que cuenta la película tiene muchísimo interés y logra hacer un nudo en la garganta de un espectador que cae en la cuenta de que hace solo 200 años la trata de esclavos formaba parte del menú del día del Imperio Británico y era la base económica de las plantaciones del Sur de EE.UU. En este sentido, la historia de Wilberforce y sus compañeros demuestra que es posible que un puñado de hombres decididos movilice a la opinión pública para acabar con una lacra social tan ampliamente aceptada en su época como hoy puede ser el aborto.
La historia es dramática e intensa, y, cuando corresponde, entrañable. Además del gran trabajo de escritura de Knight, hay que subrayar la calidad interpretativa de un reparto muy conjuntado, en el que brillan la hermosa y expresiva Romola Garai, y unos sensacionales Gambon, Finney, Hinds, Sewell, Cumberbatch y Toby Jones, que comparten plano con el galés Ioan Gruffudd.
La cuidada puesta en escena, con llamativas secuencias portuarias, permite el lucimiento fotográfico de Remi Adefarasin que ya tenía entrenamiento de época gracias a Elizabeth. Entre los productores, el mismísimo Terrence Malick. Puestos a poner algunas pegas, la música y el montaje están por debajo del nivel medio, que, como he dicho, es muy bueno.
Una película infinitamente mejor que otras de temática similar que han tenido muchos más premios y espectadores. Sin duda lo mejor de la carrera de Michael Apted (Inglaterra, 1941), autor de películas como Enigma y Gorilas en la niebla, que ahora rueda la tercera entrega de los Cuentos de Narnia.
fuente: Aceprensa
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